Buenos días, carquistas.
Me enorgullezco de ser el único
ser humano que le dedica 25 horas diarias al fútbol. He memorizado tantos
nombres de jugadores que lo milagroso es que no me haya explotado el cerebro, y
la RAE me ha felicitado por haber acuñado nuevos adjetivos para describirlos
como “fantavilloso”. No obstante, tanto hablar de buenos jugadores ha ido
calentando progresivamente una mala leche en mi interior que desconocía.
Porque en el fútbol también hay
decepción. Han sido muchos los futbolistas que han invertido toda nuestra fe en
barras de discoteca y camas de puticlub. Son jugadores a los que recordamos
únicamente para desahogarnos, para inspirar nuevos chistes al estilo de
Chiquito de la Calzada, que hizo popular aquella expresión de “trabajas más que
el masajista de Prosinecki.” Especímenes de laboratorio que trabajaban más en
nombre del ridículo y del JB con cola que del fútbol.
Sin más dilación, os dejo con una
primera recopilación de los peores
jugadores de la historia de la liga española.
Renaldo
En su presentación como nuevo
jugador del Deportivo de La Coruña, esta desgracia brasileña tuvo la
desfachatez de definirse de esta guisa: “Tengo
lo mejor de Romario y Rivaldo. Soy como Ronaldo, pero con la ‘e’”. Con
estas mismas palabras, un hebreo estuvo a punto de abrir un portal
interdimensional al infierno hace más de 2.000 años. Lendoiro se gastó 350 millones de las antiguas pesetas
por un tío que, efectivamente, tenía lo mejor de Romario y Rivaldo… pero del
Romario y el Rivaldo con 40 años. Marcó cinco goles en 23 partidos (hay que
decir que perdió a sus padres al poco de fichar por el Súperdepor) y militó
después en equipos tan potentes como Las Palmas, Lleida y el Anyang Cheetah de
Corea del Sur.
Nicolás Anelka
Florentino Pérez lo compró al
Arsenal por 33 millones de euros. Venía con la etiqueta de ser uno de los mejores delanteros jóvenes de
Europa y acabó con la etiqueta de factoría humana de chistes: “Mamá, en el colegio me llaman Anelka… ¿y tú
qué haces, hijo? Nada”, o “¿sabes en
qué se parecen Anelka y un Ribera del Duero? En que los dos son un Gran Reserva.”
Por si fuera poco, el francés caía mal. Caía mal a sus compañeros, a la afición
y a Vicente del Bosque, que acabó suspendiéndole de sueldo durante 45 días por
negarse a entrenar. Y es que ser tan malo es muy duro. Acabó relanzando su
carrera como trotamundos, pasando por Liverpool, Fenerbahçe, Chelsea y Shangai
Shenhua. El Juventus lo fichó durante el mercado de invierno de la presente
temporada.
Carlos Secretário
Fichó por el Real Madrid en el
mejor momento de su carrera, siendo titular indiscutible en la selección
portuguesa. Su defensa era tan aberrante que Jupp Heynckes prefirió alinear
como titular a un Chendo que por entonces sumaba ya 36 primaveras. Cuando a
mitad de temporada ficharon a Panucci, quedó bastante claro que a Secretário se
le había acabado el chollo en el Madrid. Hace poco leímos unas declaraciones
suyas en las que afirmaba que “a los portugueses se les trata muy mal en España”,
sumándose a las quejas de Pepe y Cristiano. Quizá no se ha dado cuenta aún de
que si se le trataba mal no era por ser portugués, sino por ser un paquete de
mil pares de cojones.
Víctor Onopko
En 1995, Onopko era considerado
uno de los mejores defensas de Europa. Tenía 26 años y, por lo tanto, bastante
fútbol y espacio para la mejora por delante. Fichó por el Oviedo. De entre todos los equipos de Europa, fichó
por el Oviedo. Sigue corriendo el rumor de que le engañaron, asegurándole
que el conjunto asturiano era uno de los más potentes de la liga española. El
caso es que permaneció hasta siete años en el club, aun sin cobrar su sueldo
debido a los problemas financieros del Oviedo. No tenía un pelo de tonto, vaya. De hecho, en España se le
recuerda más por su cartón superior que por las piernas: en un partido contra
el Betis en el que anotó el gol de la victoria, Manuel Ruiz de Lopera,
presidente bético por entonces, dijo: el
ruso este remató con los pelos del flequillo, y ya está. 0-1”. Sin duda,
toda una prueba del inmenso respeto que inspiró en nuestro país. Se fue después
un año al Rayo Vallecano y, a partir de ahí, no le hemos vuelto a ver el pelo.
Pedrag Spasic
Otro defensa sin pelos en la
lengua ni en la frente. Ramón Mendoza desembolsó 200 millonazos de pesetas en
1990 para ficharlo desde el Partizan de Belgrado, donde se había erigido como
el mejor zaguero de la desaparecida Yugoslavia. En su única temporada en el
equipo blanco, jugó 22 partidos y logró marcar un gol… en propia puerta jugando contra el F.C. Barcelona, que ganó ese derby
merced a la “colaboración” de Spasic. El
colmo de las desgracias. En un clamoroso ejemplo de declive deportivo a
consecuencia de un mal fichaje, Spasic invirtió el resto de su carrera en el
Osasuna, el Atlético de Marbella y finalmente en el Jugopetrol yugoslavo. Se
retiró con 31 años.
Winston Bogarde
Representante excelso de la
hornada de jugadores holandeses que se fueron al Barça por capricho de Van Gaal
y de la que sólo se salva Philip Cocu.
Los comentaristas catalanes se empeñaron en llamarle Fojarde aun cuando él mismo había declarado que su apellido no se
pronunciaba así. Se lesionó de gravedad en el mundial de Francia 98 y apenas se
supo de él en su segunda temporada culé. Lorenzo Serra Ferrer lo mandó a la
porra en cuanto se sentó en el banquillo azulgrana, aunque casi debería haber
sido al revés, dada la escasez de éxitos que aportó el técnico. Fichó por el
Chelsea, donde Claudio Ranieri tardó exactamente 9 partidos en bajarle a los
reservas. En una soberbia demostración de profesionalidad, Bogarde afirmó que
prefería jugar en los reservas y ganar dinero a ser titular en otro equipo con
una ficha inferior. Así que se tiró cuatro años viviendo del cuento en Stamford
Bridge. Al poco de retirarse del fútbol, publicó una autobiografía titulada “Bogarde: este negro nunca se inclinó ante
nadie” (y no es coña).